Ana González Vañek
MILAGROS
Vivimos una historia sin final, un mismo sentimiento (...)
En esta canción me lo decías todo.

Este artículo es parte de Diarios de Ana y Luis y se enmarca en el proyecto ELEVACIONES EN DANZA, de Ana González Vañek con producción de Danza & Comunicación.
La Virgen siempre tuvo una presencia significativa en mi vida. Cuando nací me regalaron una botellita con agua traída especialmente de la gruta de Lourdes. Todavía tiene agua. La primera vez que bailé con público fue a los nueve años en un espacio cultural en Santos Lugares, donde se encuentra la Iglesia Nuestra Señora de Lourdes que es visitada por miles de fieles todos los años. Y así, tanto más. Pero hubo algo que marcó mi vida muy especialmente y he decidido compartirlo para dejar testimonio.
Sin saber lo que estaba pasando con Luis ni haberlo rezado anteriormente más que alguna que otra vez en una cadena de oración, aquel día sentí que tenía que rezar el rosario.
Santa Teresita del Niño Jesús, mi guía espiritual, expresó en su libro Historia de un alma: "Yo he venido a salvar a las almas..." Y para esto, decía, hay que rezar el rosario.
Luego comprendí que había sido llamada a elevar mi oración por la trascendencia del alma de una persona muy especial en mi vida, quien continúa manifestándose en mi corazón, como siempre lo hizo.
La noche que recibí la noticia de su partida, lo vi en un sueño. Estaba vestido de blanco. Tenía la piel suave y brillante. Yo estaba sentada y lloraba con mi cara entre las manos. Cuando lo vi llegar sentí mucho alivio y le dije: Luis, tuve un sueño horrible, soñé que te morías. Él me abrazó y me respondió: Ana, te amo... Sentí sus brazos, la piel de sus manos y su cara junto a mí. Me transmitió mucha paz, como siempre lo hizo.
Al despertar (al sueño que es en realidad esta vida) y sin poder creer lo que había experimentado, encendí la luz, fui rápidamente al living a buscar una lapicera y el primer cuaderno que encontré, e intentando mantener en mí las sensaciones de cada recuerdo, como si fueran el tesoro que en realidad eran, me puse a escribir sin saber que a eso le dedicaría luego gran parte de mi vida.
Durante los primeros días, entre la incredulidad y la confusión, me propuse hilar nuestra historia. Comencé a recordar cada una de nuestras conversaciones y encuentros con nitidez cristalina. Llevé a cabo un profundo trabajo de reconstrucción que me permitió comprender la importancia de nuestro propósito. Poco a poco, su presencia incondicional me confirmaba todo lo que siempre había sentido con respecto a nosotros y de lo que hoy tengo plena certeza.
Desde aquel entonces y hasta el día de hoy, nuestra comunicación espiritual es permanente y he decidido compartir todo el aprendizaje que gracias a ella he adquirido, en forma de libro, al cual he llamado Diarios de Ana y Luis.
Espero que mis escritos te brinden luz y te sirvan de guía. Además de honrar la verdad de su alma (y la mía), mi intención es ayudarte a entender que no sólo la muerte no existe, sino que la vida es eterna, y que algunas almas hemos sido llamadas a encontrarnos en los planos material y espiritual para cumplir una misión de amor infinito.
Sólo cuando seamos capaces de trascender todas las ilusiones del mundo físico, estaremos en condiciones de experimentar el paraíso en la tierra.
Sé que la comunicación espiritual es un don y a veces me pregunto ¿por qué a mí? ¿podría acaso creer que todo empieza y termina en este mundo cuando se me ha mostrado desde siempre que no es así? Las respuestas aparecen en cada persona y situación que la vida me presenta para recordarme que no hay bendición más inmensa que la paz de saber que cada paso que damos es siempre el correcto, porque el plan divino, nos trajo aquí...
Buenos Aires, 11 de mayo de 2021
Había sido un fin de semana intenso. Me sentía muy preocupada sin saber bien por qué. Pensaba mucho en la pandemia, cosa que jamás me había inquietado tanto como durante aquellos días. Intentaba encontrar respuestas espirituales a todo lo que estaba sucediendo y muy especialmente, una solución.
Me preguntaba constantemente ¿Qué puedo hacer yo desde mi lugar como Reikista, para contribuir a la sanación de la humanidad? Así fue que el lunes decidí ir a la capilla de Santa Teresita junto a la Iglesia Nuestra Señora de las Mercedes -donde voy con frecuencia- para visitar la pequeña gruta de la Virgen de Lourdes que se encuentra afuera.
Al llegar me paré frente a ella, levanté la mirada e hice mi pedido. En ese momento noté que había un hermoso rosario amarillo, bastante grande, colgado en la pared, justo abajo de la imagen de Bernardette.
El color, el tamaño y la belleza del rosario llamaron mi atención. Soplaba una hermosa brisa que hacía caer las hojas del árbol junto a la gruta (también amarillas) a mis pies. Intuí que era ésa la respuesta que buscaba: rezar el rosario.
Al salir de la iglesia recordé que pocos días antes, caminando por Libertador, una señora que venía a mi lado escuchaba la canción Juntos para siempre con el altavoz de su celular. Al llegar a la esquina, mientras esperábamos para cruzar, la miré y noté que llevaba colgado un hermoso rosario de color plateado. Aquella tarde volví a mi casa y busqué la letra de la canción, sólo por curiosidad.
Luego de mi visita a la pequeña gruta de Lourdes, me propuse comenzar a rezar el rosario, aunque aquel día lo postergué. Creí que sería mejor empezar el fin de semana ya que no tenía el hábito de hacerlo y quería tomarme el tiempo necesario para aprender.
Esa noche me acordé mucho de Luis, tanto que comencé a escribirle un mensajito de whatsapp para saber cómo estaba. Hacía alrededor de un mes que no hablábamos. Finalmente lo borré y observé un rato su foto de perfil. Sin comprender por qué, sentí que era él quien me llamaba. Siempre amé su mirada. Me gustaba cuando me decía: "Yo a vos te conozco de antes" y me miraba fijamente a los ojos, un largo rato, como si quisiera comprender de dónde y de cuándo.
Me sorprendía no haber recibido su respuesta al mail que le había enviado la semana anterior (siempre me respondía enseguida), compartiendo mi reciente entrevista a una terapeuta sobre "la vida después de la vida", que había realizado porque intuía que era necesario hablar sobre la existencia del alma y sobre la vida eterna, en el ámbito de la danza. Como habíamos hablado tanto sobre ese tema, supe que le gustaría.
Al día siguiente, en el supermercado, la señora que estaba adelante mío abrió su billetera justo frente a mí, lo cual me permitió advertir la foto de un hermoso niño de ojos claros, enormes. Parecía que me miraba. Me sorprendió la cantidad de tiempo que duró esa situación. De fondo sonaba la versión en piano de la canción de la película Ghost, la sombra del amor. La recuerdo porque jamás había escuchado esa versión. Me fascinó.
Quizás esto no hubiera significado algo relevante si no hubiera sido por lo que sucedió después. Y así, cada experiencia que he intentado hilar en retrospectiva, lo más detalladamente posible.
Mi alumna de los jueves por la tarde me pidió algo que jamás hacía: suspender la clase de Francés. En algún lado había leído que ése era el día de la Virgen de Fátima (13 de Mayo) y teniendo en cuenta mi plan de comenzar a rezar el rosario el fin de semana siguiente, me pareció que pasar un ratito por la iglesia de Fátima, siendo además tan cerca de mi casa, era una buena decisión.
Al llegar encontré a un numeroso grupo de personas afuera: algunas arrodilladas sobre la vereda, otras paradas, todas ellas rezando el rosario frente a la iglesia. Me sumé a la oración y ni bien dije las primeras palabras, una señora se paró justo frente a mí. Llevaba una remera blanca con la imagen de la Virgen de Fátima y en el centro, un sagrado corazón de color rojo brillante. Era una imagen muy bella. Instantáneamente se me llenaron los ojos de lágrimas sin entender por qué. Sentí mucha angustia.
La señora estaba parada frente a mí y llamaba a alguien que estaba detrás mío. Al hacerlo levantó una mano con el celular en ella y observé con mucha nitidez que el fondo de pantalla era la foto de un hermoso niño de ojos claros, enormes. No podía creer lo que estaba viendo... Otra vez la imagen de un niño con las mismas características del día anterior, que parecía mirarme.
En ese momento se me acercó un señor y me dijó: “Tomá, ésta es la oración de Fátima”, mientras me entregaba una estampita de la Virgen.

Podría decir que fue al volver a mi casa, conmovida por las experiencias que acababa de vivir, que comenzó el milagro. Aunque seguramente ya había comenzado. Fui a la cocina para preparar mate y algo me llamó profundamente la atención: noté que la botellita de agua bendita de Lourdes (un regalo de cuando nací que todavía tiene agua) estaba girada 90 grados, es decir que estaba mirando hacia la puerta de entrada. Yo jamás la había movido. De hecho, el orden es una de mis grandes obsesiones por lo que siempre sé en qué posición y lugar dejo cada cosa en mi casa. Jamás me hubiera ido sabiendo que la botellita estaba fuera de lugar y mucho menos, de costado.
Esa imagen me impresionó. Sentí fuertemente la presencia de la Virgen en mi vida y me dije: voy a empezar a rezar el rosario hoy. Y como es su día, voy a añadir al final, la oración de Fátima. Al buscar en internet “¿cómo rezar el rosario?”, lo primero que encontré fue el rosario de Fátima. Sentí que era una confirmación.
El día 13 de mayo de 2021 recé por primera vez el rosario de Fátima y me propuse hacerlo durante 3 días consecutivos: 13, 14 y 15 de mayo. Lo hice con mi hermoso rosario de pétalos de rosas que traje de Lisieux, por lo cual sentía además, la presencia sublime de mi amada Santa Teresita.
Esos días el clima estaba relativamente estático. No había viento ni hacía frío. El cielo tenía pocas nubes que cobraban cierta tonalidad rosada con la luz del sol. Sentía mucha paz después de rezar el rosario y poco a poco mi preocupación inicial se disipaba.
El domingo 16 volvió a hacer frío. Recuerdo que era un día gris. Esa mañana había trabajado mucho en la edición de una larga entrevista sobre la importancia de la danza en la infancia. Por la tarde me había encontrado con mi mamá para caminar por el barrio y a raíz de la entrevista que había publicado la semana anterior, conversamos bastante sobre la vida después de la muerte así como también sobre algunas experiencias que ambas habíamos tenido.
Hablamos mucho sobre María del Carmen, una amiga mía que murió a los 12 años. Quizás era muy chica para comprender la muerte, ya que esa época continúa siendo algo confusa para mí, como si un dolor que seguramente no entendía, estuviera unido a uno de los aprendizajes más inmensos de mi alma. Después de eso seguimos en contacto con su mamá durante mucho tiempo. Se había aferrado bastante a mí y yo la amaba. Su alma era demasiado especial. Entre muchas otras cosas me hablaba sobre los dibujos de María, especialmente el último. Pocos días antes de dejar este plano, había pintado cisnes en un lago. Decía que así era el paraíso. En algún momento me contó que María del Carmen había tomado la comunión, precisamente, en la Iglesia Nuestra Señora de Fátima, y que su catequista se llamaba Teresita. También me contó que tanto ella como María llevaban el nombre Carmen por la Virgen del Carmen, y que su mamá (la abuela de María) era devota de Santa Teresita de Lisieux.
El 8 de diciembre de 2021, día de la Virgen (otra ¿coincidencia?), me reencontré con Carmen después de mucho tiempo, gracias a la hermana menor de María que nos puso en contacto. Me dijo que yo era una bendición en su vida y que hablar conmigo era como hablar con su hija. La última vez que hablamos me dijo que me quería de una forma tan intensa que me atravesó el corazón, literalmente. Nunca antes había sentido algo así. Fue muy conmovedor para ambas. El año pasado descubrieron que Carmen estaba enferma y su marido me pidió que por favor hiciera una cadena de oración. Le puse de nombre: Rosas para Carmen. Milagrosamente, el 16 de julio del año pasado (día de la Virgen del Carmen) mi querida Carmen fue recibida por los brazos de la Virgen y seguramente también, por su hermosa hija.
No sé bien por qué, pero durante aquella caminata (domingo 16 de mayo) se me ocurrió preguntarle a mi mamá cómo estaba María del Carmen el día del velorio, porque si bien yo había ido, no la había visto. Una amiga me había convencido de que era mejor no hacerlo para guardar el recuerdo de ella con vida, sonriendo.
Me dijo que parecía un ángel, que tenía la carita rosada y que junto al féretro había una biblia abierta. De pronto recordé todo con mucha claridad: las caras angustiadas de las madres y maestras se mezclaban con los intensos aromas a flores, incluyendo el perfume de Carmen quien aquel día me abrazó muy fuerte, impregnando para siempre en mí el amor más profundo, envuelto en su inmenso dolor. Creo que desde entonces no he vuelto a sentir algo tan intenso e indescriptible como aquella fría mañana de julio.
Volví a mi casa con una sensación extraña. A pesar del paso del tiempo (décadas) pensaba, como tantas otras veces ¿Por qué no me animé a verla? Tendría que haberla visto. Yo quería verla. Recordaba esa voz en llanto al otro lado de la pared de la sala velatoria, gritando ¡María despertate!, tan vívida como si yo también la hubiera visto en ese momento. Pero no, era Emilia, una amiga que había tenido el valor de hacerlo.
Al llegar hice algunos estiramientos en la colchoneta para distenderme. En eso estaba cuando una amiga me envió las fotos de un hermoso baúl tallado de madera que quería regalarme. Eran aproximadamente las 20 hs cuando sonó el celular. No llegué a atender porque miraba las fotos y el contorno tallado a la perfección de las flores del pequeño baúl. Volvió a sonar el celular y esta vez atendí. Era un amigo de la danza que conocía bien nuestra historia. Lo primero que me dijo fue: Hola Ana querida ¿te enteraste? -Mmmm no, ¿de qué?- Le pregunté. Murió Luis..., me dijo.
Recuerdo que de pronto sentí que no era yo, como si la persona que escuchaba eso y yo nos disociáramos. Fue sólo un instante, pero fue eterno. Le respondí con un nudo en la garganta y casi en silencio: ¿Qué…? -Ana, tranquila, fuiste la primera persona en quien pensé-, me dijo él mientras yo comenzaba a llorar sin poder creer* lo que escuchaba.
Luis había estado internado una semana por covid.
*A más de dos años de aquella noche inolvidable, sigo sin poder creerlo, pero ahora porque sé que no es cierto. Hoy tengo plena certeza de que la vida es eterna y de que nuestra unión, tan mágica, misteriosa e incomprensible para ambos, además de ser eterna, es un milagro.
Es aquí, en la pureza invisible de los lazos espirituales, donde reside nuestra verdad. Y cuando finalmente lo sabemos, es el AMOR quien obra a través nuestro.